Como más puede describirse esta sensación occidental? No me atrevo a decir universal, pues no se si a los de Oriente y a los que están por fuera de esos dos sistemas culturales (occidente y oriente) les pase lo mismo. Al menos los occidentales andamos muy claustrofóbicos estos últimos años.
Hablo del Gran Pánico como referencia al título de una gran obra de la historia francesa salida de la pluma de Georges Lefebvre, que lleva el mismo título. En este trabajo, Lefevbre estudia las causas que llevaron a las revueltas campesinas previas a la revolución que se desató en París y que nosotros llamamos Revolución Francesa. Esas revueltas se caracterizaron, según Lefevbre, por el creciente miedo de los campesinos franceses a que los nobles se aliasen en una conspiracion maligna para matarlos de hambre. Corría el año de 1788 y Francia soportaba una crisis financiera a la que se añadía una terrible alteración climática provocada por la erupción del volcán islandés Loki en 1783; las secuelas de esta erupción ocasionaron tormentas e inundaciones que alteraron el verano y destruyeron la mayor parte de las cosechas; el invierno fue igual de mortífero durante los años siguientes. A la situación de escasez se unió entonces la pobreza y a estas dos, le siguió la delincuencia… Claro, suena muy familiar.
Ahora, hagamos la cuenta: de 1783 a 1789 fueron seis años… Seis años en los que aquello que era usual (la explotación económica y moral, las reglas de la sociedad estamental, las explicaciones religiosas y míticas para justificar el status quo) se fue desmoronando de manera escandalosa. Las revueltas campesinas no eran nuevas en la Francia del Antiguo Régimen, pero la extensión del Gran Pánico las convirtió en un fenómeno novedoso y atemorizante. Uno de los resultados fue la “abolición formal” de los derechos feudales de la nobleza francesa, lo que no fue bien recibido… Y ahí llegó la Revolución y luego su coletazo neoconservador napoleónico, nacionalista y monárquico…
Las oleadas de neo conservatismo que se han desplegado en los últimos 25 o 30 años en la sociedad occidental cuentan con el precedente del gran desmoronamiento cultural del siglo XX; el partido UKIP de Gran Bretaña, el resurgimiento del franquismo en España y la reorganización de los partidos conservadores en todo el mundo es una buena muestra de este fenómeno. Recordemos que el siglo XX fue el siglo de dos guerras mundiales en las cuales se dirimieron cuestiones éticas y culturales que habían definido la sociedad occidental. La reorganización política que siguió a la Segunda Guerra Mundial confirmó la supremacía de algunos países occidentales (Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Unión Soviética) y puso a otros en una posición ventajosa para recuperarse, como Alemania. El resto, como Latinoamérica, se vieron comprometidos en un orden jerárquico que marcaba los grados de “progreso” y “civilización” alcanzados por sus sociedades.
Este sistema ha sustentado nuestras sociedades en las últimas décadas. Nosotros y nuestros padres, nuestros hijos, nos hemos criado con este sistema moral y social que otorga puntos por nuestra ascensión en la escala de privilegios. Esto implica que muchas categorías morales se convirtieron en sinónimos de condiciones materiales y viceversa. Las explicaciones religiosas y mitológicas para nuestro status quo ahora son variadas ─ somos, al menos la mayoría de los urbanitas, hijos de una cultura multi─religiosa, en la que los discursos religiosos pueden intercalarse y mezclarse para formar una narrativa que confirma nuestra posición vital. Todo este andamiaje histórico y psicológico anda en crisis… las manifestaciones de esta crisis ya no transcurren ignoradas, nos llegan a través de los medios masivos y de las redes sociales virtuales. Lo que en la Francia del siglo XVIII tomó casi diez años, a nosotros se nos viene como avalancha en menos tiempo. La disolución de lo que una vez conocimos como familiar nos amenaza y nos parece invencible.
Como hace casi doscientos años, nosotros, en nuestra actualidad, hemos desarrollado alternativas. Si la Europa en plena revolución apretó el gatillo para el cañón del Romanticismo, la sociedad occidental de postguerra se la jugó en el movimiento contracultural de los años 60 y 70. Los modelos alternativos a nuestra sociedad jerarquizada surgieron desde esas décadas. Muchas de las alternativas de vida que ahora promovemos como formas de autocuidado y sanación se formaron y se divulgaron desde aquellos años. Sin embargo, estamos demasiado invertidos como sociedad, como seres humanos en el presupuesto ético y moral de la jerarquización en la que hemos vivido y que hemos defendido. Ojo, que no voy a decir que la revolución marxista es la gran salida… si bien la teoría marxista nos provee de un impresionante vocabulario y marco analítico para entender nuestro andamiaje social, el que reconfigure dicho andamiaje me provoca serias dudas (no sé si a usted le pasa lo mismo …)
Estamos tan empeñados como sociedad en el modelo jerárquico en el que vivimos, que estamos dispuestos a sufrir un gran coletazo neoconservador para mantenerlo. Las últimas elecciones al Parlamento Europeo lo demuestran con la victoria de partidos de derecha y la fuerte lucha ideológica en Latinoamérica lo confirma, dando amplias muestras de la polarización ideológica que desgarra a nuestros países. Los Estados Unidos sufren un mal parecido, apenas camuflado por su organización federal. Cada sociedad occidental está dispuesta a irse al garete con tal de conservar los privilegios que definen a sus clases sociales. Las justificaciones éticas, políticas, morales, religiosas, judiciales y sentimentales abundan y abundarán. No debería extrañarnos entonces la criminalización de la pobreza ni la reglamentación de la xenofobia. Ambas condiciones ─ ser pobre, ser extranjero ─ implican unos serios debates éticos y políticos que cuestionan los privilegios que han servido para identificar a nuestras sociedades urbanas occidentales. Muchos de esos privilegios se centran en esto: no ser responsable de. No ser responsable de las desgracias, ni de la pobreza, ni de la angustia de los otros… a veces, ni de la miseria propia.
No es “bonito” vivir en pánico. A los franceses del siglo XVIII les disgustó tanto, que terminaron desatando el Terror… Y tengo la certeza de que nuestra cultura occidental va por los mismos caminos. No me las voy a dar de gurú, ni mucho menos de life coach y por eso no me voy a desgastar en recomendar claves para enfrentar, sortear ni mucho menos evitar este gran final. Creo que es sencillamente imposible. Y creo también que gente mucho más aventurera y competente que yo ─ por ejemplo Nietszche ─ ha recomendado buenos puntos de vista y métodos para ejercer la reinvención y así darle buena sepultura a modelos de vida que están enterrándonos vivos y por los cuales estamos dispuestos a enterrar vivos a muchos otros.
Pero sí me queda una pregunta… ¿Vamos a quedarnos como zombies, como muertos vivientes, honrando un sistema que no tiene mucho caso?
Nos han dicho…